miércoles, 17 de enero de 2018

Soltar, dejar ir, desprenderse de los apegos


Soltar, dejar ir, desprenderse de los apegos


Foto © Aina Climent Belart
Foto © Aina Climent Belart
Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas se convierte en problema. Fluir quiere decir aceptación, dejar llegar lo que viene, dejar ir lo que se va.                                                                                                                                                                                                    Sri Nisargadatta Maharaj
Estamos en otoño. Los árboles se tornan de colores rojizos y día a día van perdiendo sus hojas, que van rodando por las calles. También para nosotros, seres en proceso de crecimiento, es tiempo de soltar y dejar caer. Tiempo de desnudarse, como se desnudan los árboles en otoño, y desprenderse de lo que nos sobra, como las hojas que fluyen en la corriente de un rio. Es momento para la renovación, de ir hacia la esencia, de dejar morir y abandonar todo lo  que nos pesa, ata y limita. De soltar aquello que nos impide fluir con la Vida: los apegos.
Cabe preguntarnos: ¿A que estoy apegado? ¿De qué necesito desprenderme? La imagen es soltar, dejar de retener, abrir la mano y dejar ir. Desprendernos de objetos materiales  que puedan servir a otros. Dejar de aferrarnos a relaciones insanas, dependientes y dañinas. Soltar nuestro apego a la tristeza, el vicio de la melancolía. Soltar viejas creencias y resistencias. Soltar ideas locas, esas fijaciones cognitivas que arrastramos desde la infancia. Soltar y dejar atrás el peso de los condicionamientos de las relaciones con nuestros padres en la infancia.
Atreverse a hacer algo nuevo, dar rienda suelta a algunas emociones, por ejemplo el enfado. Algunas personas no se atreven a enfadarse por miedo a ser abandonadas y luego reaccionan  desde una agresividad pasiva. Aprovecho para reivindicar el valor de la protesta como paso previo a la aceptación, la protesta como sana autoafirmación de la propia existencia y signo de una  buena autoestima.
Soltar culpas, resentimientos y rencores. Perdonarse y perdonar. Soltar miedos, esquemas mentales, rutinas, vicios y malos hábitos. Ejercitar el desapego. Atrevernos a ser libres, atrevernos a Ser, caminar ligeros de equipaje, como El Loco, el arcano del Tarot. Perder el miedo a perder.
Verdaderamente, la práctica del desapego nos conduce a la libertad interior.
Son muchas las capas que hay que ir abandonando para llegar a la esencia. El camino requiere soltar lastre, ir despojándose de condicionamientos, creencias y limitaciones, vislumbrar ese lugar de quietud en nuestro interior y quedarse a vivir en él. Hace unos días tuve un bonito sueño: me encuentro que mi casa (que no es mi casa real) ha sido asaltada, pisada, revuelta. La miro y no doy crédito, sorprendida me pregunto: “¿cómo he permitido que esto sucediera?” De pronto me toco el corazón y me digo: “mi corazón no puede ser destruido, este es mi verdadero hogar y es inalterable”. Es cierto, pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
 Necesitamos aprender a desprendernos de lo viejo para abrirnos a lo nuevo, sin embargo la tendencia es aferrarnos “con uñas y dientes” a lo familiar y conocido, actitud vital que termina conduciéndonos inevitablemente al sufrimiento. Cuando tomamos conciencia de la impermanencia inherente a la Vida y la fugacidad de todos los fenómenos, de que lo único que tenemos en realidad es el ahora, empezamos a ejercitar el desprendimiento como actitud vital y aprendemos a fluir con los acontecimientos, lo que nos conduce hacia la auténtica libertad.
Foto © Aina Climent Belart
Foto © Aina Climent Belart

El sendero hacia la esencia no pasa por perfeccionarnos o “mejorarnos” como mucha gente cree, sino en desprenderse y soltar. El proceso de descubrir quiénes somos consiste en dejar ir, en abandonar todo aquello que nos impide Ser. Soltar abriendo la mano, soltar dejando escapar el aire lentamente diciendo adiós, y sobre todo soltar observando los pensamientos, los patrones de conducta y todo aquello a lo que estamos apegados, sin lo que, realmente, podemos vivir. Observar nuestros apegos una y otra vez derriba los muros de nuestro ego. Esta práctica es, junto con la meditación, una buena compañera en el viaje de nuestra vida.
Desde la perspectiva budista, el sufrimiento aparece cuando nos oponemos al flujo de los acontecimientos, cuando tratamos de aferramos a lo que inexorablemente se va, ya sean personas, sucesos, objetos o ideas. «Todo fluye», decía el filósofo griego Heráclito. Puesto que la vida es un cambio continuo y todo es fugaz y transitorio, es el intento por aferrarnos a una realidad cambiante la causa de nuestro sufrimiento.
Estamos atrapados por nuestra personalidad, dominados por viejos hábitos, creencias limitantes, condicionamientos, miedos y defensas. Nos liberamos cuando dejamos de identificarnos con el ego, cuando renunciamos esa imagen congelada de nosotros mismos, cuando dejamos de aferrarnos a esos mecanismos reactivos y vamos abandonando las estrategias basadas en el miedo.
Nos identificamos con nuestro ego para aferrarnos a algo que nos proporcione seguridad ante la angustia existencial, el devenir de la vida, la muerte. Y ello se debe a que es lo único que conocemos: hemos olvidado lo que somos en esencia, hemos perdido la conexión con el alma. Necesitamos escuchar nuestro corazón y nuestra alma. ¿Y qué anhela el alma? Ser en toda su plenitud, expresarse, expandirse como un Sol luminoso que irradia calor, vida, energía.Cuando permanecemos ahí nos sentimos completos y somos uno con el Todo.
Nuestra esencia es luz, creatividad, amor. Es un Sol luminoso oscurecido por las capas de  condicionamientos que lo envuelven y aíslan. Somos seres espirituales, compartimos una esencia común divina, pero nos hemos construido una coraza que nos dificulta el acceso a ella. Al Ser accedemos estando presentes en soledad y silencio. El Ser se revela al detenernos, permanecer y escuchar. Al atravesar esas capas de condicionamientos y traspasar los límites del yo para ir un poco más allá y más adentro. Cuando se abandona lo que se es para darse la oportunidad de devenir en aquel que aún no se es.
El Budismo y las diferentes vías espirituales nos invitan a transitar la vía del desapego, a soltar y no aferrarnos a nada, a confiar en el fluir de los acontecimientos. El apego emocional trae consigo inevitablemente temor, dolor, angustia y soledad pues antes o después todo cambia, se transforma y desaparece. Sólo en el devenir, en el constante fluir podemos Ser, vivir y amar plenamente.
Texto original © Ascensión Belart.

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